Michélle Belau

Michèlle Belau no existe. Hasta donde se sabe, no ha nacido una persona que así se llame. A Lucía Cavero Belaúnde (37) se le ocurrió ponerle este nombre a su marca de ropa, porque tiene una parte suya y otra de su marido, Farid Makhlouf. “Nos enamoramos cuando hice la práctica en la industria textil que era de su familia. Por eso, cuando quisimos lanzar una empresa juntos, buscamos un nombre que tuviera que ver con los dos. Michelle es el segundo nombre de mi esposo y también el primero de mi hijo mayor, que tiene 10 años, los mismos que este 2009 cumple la marca Michèlle Belau”, cuenta mientras está de paso por Chile para inaugurar en Vitacura su primera boutique fuera de Perú.El nombre Michelle no lleva tilde. Pero Lucía quiso ponérsela, y al revés, para darle un aire francés a la marca. A ella le fascina París y, por eso, trata de llevar a sus diseños algo del romanticismo vintage que tiene la ciudad Luz. “Para mí, lo francés es sinónimo de orden y de estética, además de moda y belleza. Si existe la reencarnación, tal vez viví allá”, dice. El “apellido” de la marca, como es de suponer, es una suerte de diminutivo del suyo, Belaúnde, que es de origen vasco. Pero ¿por qué Belau y no directamente Belaúnde?Las razones están insertas en la historia de Perú. Lucía es sobrina directa de Fernando Belaúnde Terry, arquitecto que vivió su infancia en el exilio y fue presidente de su país de 1963 a 1968, y también entre 1980 y 1985. Belaúnde estuvo cerca de ganar las elecciones en 1962; su contrincante triunfó por tan poco que las sospechas de fraude provocaron un golpe de Estado. Al año siguiente, obtuvo la victoria gracias a una coalición de demócrata cristianos y el Partido Comunista. El año 68 fue derrocado por un golpe militar izquierdista. A su segundo mandato llegó después de 12 años de gobierno militar. Enfrentó una declaración de guerra por parte del grupo armado Sendero Luminoso. Para contrarrestar este movimiento terrorista, envió a las fuerzas armadas a combatir a los subversivos, y en el camino cobró muchas vidas. Pero el gobierno arrojó a la basura, frente a las cámaras de televisión, los informes sobre violaciones a los derechos humanos que emitía Amnistía Internacional.